
Constanza Martín ha sido y es una revolucionaria. Pero una revolucionaria tranquila. De las que ha trabajado como lo hacen las hormiguitas. Sin hacer ruido, sin llamar la atención, sin levantar la voz…pero todos los días, de manera inagotable, con una voluntad de hierro y unas convicciones firmes. Porque los muros que echan abajo las revoluciones se pueden destruir embistiéndolos con un ariete o quitándole todos los días un ladrillo de su base. Este último ha sido el camino elegido por Constanza a lo largo de su vida. Convencer a base de trabajo, constancia, coherencia, honestidad y firmeza en sus convicciones. Ingredientes que más pronto o más tarde, han acabado ganándose el respeto de todas y todos, incluso el de aquellos que en su día fueron sus detractores, si es que alguna vez los tuvo.
Constanza me recuerda en sus orígenes a Lola Massieu, nuestra maravillosa artista que, a pesar de nacer en una familia acomodada, se vio obligada en su juventud a bascular entre las obligaciones propias de una mujer de la época y sus inquietudes culturales. Encuentro muchos paralelismos entre Lola Massieu y Constanza, si bien los orígenes económicos de nuestra vecina y su familia quedaban bastante lejos de los de la burguesía capitalina en la que se crió la artista.

Tanto fue así, que no sólo se resistió a asumir el papel que, según el orden, la Iglesia, el Régimen y la Sección Femenina, le correspondía a las mujeres de la época, sino que también tuvo que comenzar a trabajar a muy temprana edad para ayudar en la economía familiar. Desde aquel entonces, su espíritu rebelde le llevó discrepar con lo que el orden establecido le tenía reservado. Decidió ampliar su formación más allá de las cuatro reglas, pero tuvo que hacerlo de noche, quitándose horas de sueño y descanso. Una constante que le ha acompañado toda su vida. Y es que cuando no tienes un ejército para hacer la revolución, hay que trabajársela todos los días, en solitario, casi en silencio, pero dando pequeños pasitos.
Y como uno de los grandes males de la formación personal es que luego te da por ampliarla y compartirla, Constanza comenzó a participar, dinamizar y poner en marcha diferentes proyectos e iniciativas culturales en su Tenteniguada natal, desde grupos de baile hasta la organización de las fiestas y, concretamente, la del Almendrero.
Su espíritu inquieto y comprometido, le llevó a dar el salto a la política a mediados de los 90. Su trayectoria política me recuerda, en ciertas facetas, a la de Clara Campoamor, diputada defensora del voto femenino durante la II República. Su paso por la actividad política en esta época la aprovechó, como no podía ser de otra forma, para darle un impulso cultural a nuestro pueblo. Además de impulsar la biblioteca o poner en marcha la Sala de exposiciones o la Escuela Municipal de Música y Danza, fue la primera que comenzó a preocuparse realmente por nuestra historia y su conservación (pasada y presente) a través de la puesta en marcha del Archivo Municipal, primero, y de la Comisión de Patrimonio después, semilla de la actual Comisión de Patrimonio Hco. de Valsequillo.
Podría seguir detallando cada uno de los proyectos que impulsó Constanza, tanto en su primera como en su segunda etapa como representante público junto a sus equipos de trabajo, pero por cuestión de espacio, me permitirán que me quede con su inestimable contribución para que el Centro Cívico se convirtiera en una realidad, en la que ofrecer la calidad del servicio que nuestros jóvenes y mayores se merecen (demanda histórica en Valsequillo) y, por otro lado, con su trabajo incondicional para que la Radio Municipal, primero, y la Televisión Municipal después, se convirtieran en una realidad. Inspirada, seguramente, por el espíritu y tesón de la mismísima Rosa de Luxemburgo, Constanza pensó que la radio y la televisión podían convertirse en su ejército aliado. En un ejército como ella. Firme, pero tranquilo. La radio y la televisión se convirtieron en los vehículos para llevar la información y la cultura a cada uno de los hogares. Un sueño hecho realidad, en el que, una vez más, el trabajo en equipo fue fundamental.
Tengo el gusto y el honor de conocer a Constanza desde hace muchos años. Además de amiga y compañera, es un referente y un espejo en el que mirarse, tanto en lo personal como en lo político. En la política entendida como un servicio en toda la dimensión de la palabra, que es como Constanza la entiende y la ha aplicado. Una maestra a la que seguir y de la que aprender.
Una defensora a ultranza de aquellas palabras que pronunció en su día Rosa de Luxemburgo, cuando expresaba su deseo y su aspiración para los derechos de la mujer: “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
Por todo ello, y por toda una vida dedicada a la cultura, a nuestro pueblo y a su gente, que es imposible resumir con justicia en estas líneas, Constanza Martín se merece la Almendra de Plata de nuestro pueblo.
¡Felicidades!