Las llamas que devoran las medianías y cumbres van más allá de la pérdida de la naturaleza; avivados por el cambio climático, se han convertido en amenazas catastróficas.
En un mundo interconectado, donde la sociedad y la naturaleza coexisten en constante evolución, el cambio climático se alza como un desafío innegable y en Canarias, por ser territorio aislado en medio del Océano Atlántico, lo vivimos con mayor intensidad. La agricultura, la ganadería, la selvicultura y la conservación de la naturaleza se revelan como un tejido complejo y vital para el equilibrio en nuestras islas.
La sociedad, especialmente en las zonas rurales, sufre los embates de estos desastres, perdiendo hogares, medios de vida y arraigo cultural. Es por ello por lo que, por imperativo climático, hay que repensar los métodos de conservación de la naturaleza y hacerlos convivir o coexistir con la vida de campo. La inversión en prácticas sostenibles y en la restauración de ecosistemas se tienen que centrar en un acto de preservación tanto para la biodiversidad como para la vida de las personas.
Es evidente que la sociedad canaria actual basa mayoritariamente su desarrollo de vida alejada del campo. La pérdida de viabilidad económica en la agricultura y la ganadería no hace llamativa la vida en zonas rurales para desarrollarse laboralmente, pero esto no debe ser visto como una derrota, sino como una oportunidad para redefinir nuestro enfoque. La restauración de tierras degradadas y su transformación en hábitats regenerativos puede revitalizar las economías locales, fomentar la biodiversidad y mitigar los riesgos de incendios. Por lo que la clave está en reimaginar la gestión de las tierras abandonadas y sin ningún tipo de gestión.
La conservación de la naturaleza se vuelve fundamental ante este escenario. Los ecosistemas saludables no solo brindan servicios ambientales cruciales, como la regulación del agua y la captura de carbono, sino que también encarnan la belleza y la biodiversidad que enriquecen nuestras vidas y nuestras islas. La educación emerge como una herramienta vital para armonizar estas realidades aparentemente opuestas. La profunda comprensión de los ecosistemas y su fragilidad puede catalizar un respeto mutuo entre la vida rural y la conservación.
La solución no es sencilla, requiere políticas públicas que apoyen la transición hacia prácticas más sostenibles, así como inversiones en investigación y tecnología para promover la agricultura y la ganadería de bajo impacto. La colaboración entre científicos, agricultores, ganaderos y conservacionistas es esencial para tejer un tapiz que haga converger los intereses humanos con la salud de los ecosistemas.
Afrontar el cambio climático y prevenir incendios forestales no es únicamente una tarea de gobiernos o expertos; es un llamamiento a la acción para cada individuo. La sociedad global debe redefinir su relación con la naturaleza, abrazando la responsabilidad y la empatía hacia nuestro entorno. Solo a través de la colaboración, la educación y la toma de decisiones podemos aspirar a restaurar el equilibrio entre la humanidad y la naturaleza. Recordemos que cada acción cuenta y que la preservación de nuestras islas es un compromiso que debemos asumir ahora para garantizar un futuro sostenible.
Valsequillo de Gran Canaria a 1 de septiembre de 2023.
Víctor Manuel Navarro Delgado.